Mision Villegas niños

Mision Villegas niños
Pude haber sido ingeniero, filósofo o químico pero hubiera incidido en mi estado anímico, pude haber sido astronauta, contador o físico pude haber sido banquero, arquitecto o doctor. Pude haber sido maestro, cura o burócrata pude haber sido mesero, albañil o aristócrata, pude haber sido de todo incluso sin quererlo pero si no amo lo que hago no veo por qué hacerlo. Misioneros a misionar...

sábado, 23 de enero de 2010

Se tu mismo...

Siempre había querido ser como su amigo Jaime. Hacía veinte años que trabajaban juntos, desde que se licenciaron a la vez en la facultad, Jaime con una media de matrícula y él con un sencillo y mísero notable.
Durante toda su juventud, Jaime siempre había sido para él la figura a imitar. Las mejores chicas, las más bonitas e interesantes, caían rendidas ante su dominio del lenguaje, ante su romanticismo exquisito, ante sus buenas maneras como amante. Recordaba especialmente a Laura, la mujer por la que él había estado muriendo toda su vida y que acabó quitándose la vida tras un fracaso amoroso del que Jaime resultó ser el culpable. Lloró desconsoladamente durante meses por la pérdida de Laura, pero acabó por perdonar a su amigo, ¿cómo no perdonarle, si era su hermano del alma? Admiraba su don de gentes, su habilidad para erigirse como rey de todas las fiestas, su talento para salir airoso de todos los problemas y vencedor en todas las batallas.
Siempre había querido ser como su amigo Jaime. Los amigos comunes formaban entorno a Jaime una corte medieval, una gran piña alrededor de su líder, que planeaba vacaciones y asados y fiestas de cumpleaños y despedidas de soltero y partidos de fútbol los sábados por la mañana, en los que siempre era el máximo goleador.
La mujer de Jaime era preciosa, inteligente, sensual, culta, dulce, graciosa. Era una de esas mujeres con la que todos los hombres sueñan mientras abrazan a la desconocida que duerme a su lado, a esa reina destronada cuya corona iba perdiendo brillo al pasar de los años. Trabajaba como psicologa en una firma de gran prestigio y su gusto para vestir el interior de las casas había logrado maravillas en su propio nido, cálido y acogedor como ninguno en esas largas cenas que Jaime celebraba para los dos matrimonios. Además cocinaba estupendamente, para qué negarlo.
Siempre había querido ser como su amigo Jaime. En la oficina, a pesar de llevar el mismo tiempo, Jaime ya estaba situado tres escalones por encima de él en el organigrama. Y era digno de admirar su visión preclara para los negocios, su capacidad para atraer nuevos y mejores clientes, la brillantez con la que lucía su nombre en primer lugar en las estadísticas anuales de ventas. Su sueldo era ya más del doble que el de él, su coche tenía más del doble de caballos que su sencillo utilitario y la hierba de su jardín era el doble de verde que la suya.
Aquella tarde, mientras recogía sus cosas de encima de la mesa para volver a casa, pensaba en lo mucho que le gustaba la corbata que Jaime había lucido todo el día, no como aquella que su mujer le regaló para su cumpleaños y que distaba mucho de cualquier cánon elemental de belleza. Pero hoy, por fin, podría dedicarle un poco de tiempo a su señora: salir a cenar, quizás al cine, o a bailar. Y más tarde una sesión de amor como las de hace años, con velitas y música de fondo. Se lo tenían merecido, después de uno de esos periodos de riñas y malas caras que solían salpicar, cada vez más frecuentemente, su flemática convivencia. En eso también envidiaba a Jaime: su matrimonio parecía, como se dice, una eterna luna de miel. Siempre sonrientes, siempre atentos el uno con el otro, su mujer y él se regalaban besos y palabras cariñosas constantemente, incluso en presencia de otras personas.
Y aquella tarde, mientras con una mano desanudaba su corbata y con la otra dejaba las llaves sobre la mesa, quiso más que nunca ser como su amigo Jaime, al verlo tendido en su cama, saboreando su vino más caro, con los ojos medio en blanco, mientras su mujer, caliente y desatada como nunca él la había visto, le obsequiaba con una húmeda y sumisa felación.

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